Insistía en que lo mejor que podemos hacer es aplicar la física, en vez de la química. Y en que es mejor aprender mucha, mucha matemática no lineal, porque la matemática lineal no nos sirve para tanto.
Y mencionó algunas cosas de los vórtices.
Por supuesto, todos hemos visto antes un remolino. Los hay en el cuero cabelludo, en las esquinas de los pueblos ventosos, en el desagüe del lavabo y el retrete. Son capaces de desesperar al peluquero, levantar hojas a buena altura, y fascinar a quien se fije en si van en sentido horario o antihorario.
¿Son una fuerza de la naturaleza, o una manifestación de fuerzas existentes, o qué?
En inglés hay conceptos, datos y enlaces para aburrir al más pintado. Pero, claro, uno es de otra época y lo que quiere es ver alguna aplicación ya.
Pauli dio algunas. Habló de cómo se usan vórtices para, sin gastar energía, quitar parte del aire que está mezclado con el agua. Así, cuando fabricas hielo, ahorras un 15% de energía porque sólo congelas agua, no aire.
La implicación es que, con un sabio cambio de diseño, que queda hecho desde el principio y funciona durante toda la vida del aparato, estás ahorrando ese 15% sin esfuerzo.
Física, no química.
En la página de Sepp Hasslberger está descrito un cacharro que usa un vórtice para producir energía eléctrica. El sitio por donde pasa el agua obliga a que el agua forme un remolino, y la energía cinética, por lo que entiendo, se concentra en el centro y resulta muy eficaz y rentable, incluso con pequeños desniveles de agua.
Los datos son que, tras un gasto de construcción de 57.000 euros, con un desnivel de agua de 1'6 metros y un diámetro de 5 metros, el sistema produjo 50.000 kW/h en el primer año de uso.
Falta, claro, que estas cosas funcionen y que tengan diseños abiertos, como los de OpenFarmTech, RepRap, Appropedia y Hexayurt.
Y falta que yo les recorte el trozo de video de Pauli hablando de otros ejemplos de vórtices útiles.
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